REFRIGERANTES CFC

Los gases refrigerantes clorofluorocarbonos (CFC), fueron desarrollados en la década de 1928 por Thomas Midgley

Surgieron de la necesidad de buscar sustancias seguras, no tóxicas ni inflamables, para su uso en el sector de la refrigeración y otras aplicaciones como propelentes en latas de aerosol, disolventes y agentes espumantes.

Anteriormente, entre los años 1800 y 1929, se utilizaron para la refrigeración, gases tóxicos como el amoníaco (NH3), cloruro de metilo (CH3Cl) y dióxido de azufre (SO2) con los que ocurrieron en la década de 1920 varios accidentes mortales debido a fugas de cloruro de metilo. Es a partir de aquí, que se inició una nueva etapa de búsqueda de soluciones inocuas para los seres humanos.

 

Los CFC, como por ejemplo el R-11, R-12 ó R-502 son considerados la 1ª generación de gases refrigerantes fluorados (GF).

Los clorofluorocarbonos (CFC), son un compuesto orgánico, altamente estable, que contiene cloro, flúor y carbono, producido como un derivado volátil del metano y etano.

Durante la década de 1970, los estudios de Fatbian, Borders y Penkett descubrieron que los CFC representan una importante amenaza ambiental, debido a que una vez liberados a la atmósfera se acumulan en la estratosfera, provocando la destrucción de la capa de ozono.

El ozono estratosférico protege a los organismos vivos de la Tierra de los efectos nocivos de la radiación ultravioleta del Sol; Incluso una disminución relativamente pequeña en la concentración de ozono estratosférico puede resultar en una mayor incidencia de cáncer de piel en humanos y en daños genéticos en muchos organismos. En la estratosfera, las moléculas de CFC se descomponen por la acción de la radiación solar ultravioleta y liberan sus átomos de cloro constituyentes. Estos luego reaccionan con las moléculas de ozono, lo que resulta en su eliminación.

Debido a su elevada estabilidad química, los CFC tienen una vida útil en la atmósfera de aproximadamente 20 a 100 años.

Fue en la convención de Viena en 1978, cuando se adoptó el Protocolo de Montreal, como marco para la cooperación internacional con el objetivo de eliminar el uso de sustancias que agotan la capa de ozono (SAO).

Desde su adopción se han eliminado con éxito más del 98% de las SAO controladas, lo que ha ayudado a revertir los daños a la capa de ozono.

Sin embargo, siguen existiendo retos importantes. La prohibición a la introducción en el mercado de los CFC (alto potencial de agotamiento de la capa de ozono, o PAO) así como de los HCFC (con un PAO más bajo) en algunos mercados como la UE, se ha completado. En la actualidad los HFC, de un nivel de PAO de cero pero con elevado potencial de calentamiento global (PCG), son las soluciones más utilizadas en todo el mundo. Los CFC, HCFC y HFC se consideran gases de efecto invernadero (GEF).

Cada uno de los GEF afecta a la atmósfera en distinto grado y permanece en ella durante un periodo de tiempo distinto. La medida en la que un GEF determinado contribuye al calentamiento global se define como su Potencial de Calentamiento Global (PCG).

El desafío es desarrollar alternativas seguras y con buenas prestaciones termodinámicas (capacidad frigorífica y COP) para la refrigeración y aire acondicionado que no solo no sean de PAO igual a cero, sino, que también sean de bajo potencial de calentamiento global (PCG).

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